PARA AYUDAR A LA MEDITACIÓN
Cuando
una persona nace, ya es un ser único y diferente, es especial y
completamente distinto al resto, singular aunque comparta con todos las
demás una misma naturaleza y eso, paradójicamente, la haga igual al
resto en un sentido
profundo. Cuando
una persona nace está destinada a aportar a su entorno y a su comunidad
algo propio, específico, verdadero, que trasciende la mera
supervivencia. Ahora bien, estas aportaciones sólo pueden hacerse si
esa persona se desarrolla en libertad y vive conforme a su verdad.
Obviamente, esto es más fácil si nos enseñan a hacerlo desde que
somos pequeños. Sin
embargo, (posiblemente porque no lo aprendimos en ese momento y de
mayores, por múltiples razones, hemos renunciado a hacerlo)
con frecuencia olvidamos que nuestros niños y niñas tienen
gustos, deseos, preferencias y sueños propios, que sólo necesitan
orientación para manejarlos y plasmarlos;
llegamos a creer que los niños
y niñas son nuestra propiedad y nacen para agradarnos y vivir conforme
a nuestros criterios. Sin
duda, ninguna persona nace para ser una copia de otra, ni para aliviar
las frustraciones de otros realizando sus sueños; ni para demostrar
ninguna teoría educativa, ni para darle la razón a nadie; ni para
defender una herencia o legitimar una tradición... nace para aprender
sus lecciones y llevar a cabo su misión. Para ello requiere una guía
amorosa y justa, que respete su necesidad de ser quien es. Mientras
no entendamos esto como padres, como educadores y como comunidad,
seguiremos criando personas a
las que hemos privado de su derecho de encontrarse a sí mismas,
personas, sin saberlo, llenas de ira, incapaces de comprometerse en la
creación de una sociedad más sana. Elaboración
propia. Dirección General de la Cancillería |